17 octubre 2008

Vivan las lenguas muertas

Los prados frondosos de las praderas colindantes al Rhin, se renuevan cada año con la venida de las alegres golondrinas desde el oeste. Cada pétalo de las margaritas, que nacen como maleza, visten las adornadas hectáreas silvestres en estas épocas primaverales, donde no solo la alergia florece, si no que también lo hacen los cantos de las avecillas que recitansus aventuras sobre los desesperados vuelos invernales e interminables, buscando el esquivo calor.

El vuelo de una de estas pequeñas golondrinas, se topó con la cabeza de Givet.
El joven la miró a sus pequeños ojos y la invitó a volar desde la palma de su tersa mano, "mano de príncipe" le decía su abuelo en aquellos días en los que todavia vivía, antes de que la gran guerra lo hiciera caer en el frente de verdún, víctima de una bomba de mano lanzada por algún soldado alemán desde la trinchera contigua. Una mano tranquila de Givet, aún así ante la importancia que reflejaba el tener un ave tan bella, como esa, un poco excitada ante el encuentro-descubriemiento al chocar contra Givet.
El ave no se movió.
Givet cerró sus ojos apretando firmemente sus párpados, tensó su muñeca y su antebrazo. Estuvo algunos segundos en un estado de concentración máximo, totalmente ensimismado, y entonces, se relajó, blanqueó su mente y abrió sus ojos bajo un nuevo estado de tranquilidad, regalándole una tierna sonrisa a la golondrina, la cual abrió sus alas, aleteó un poco y despegó de punta hacia el cielo, con la vista de Givet persiguiéndola desde el suelo, sobre los pastos amarillentos, que evocaban a espigas. El tranquilo suelo.

Givet nunca en su vida había pronunciado una palabra, de hecho, ni siquiera lloró en el momento de su nacimiento, el 24 de Agosto de 1898 cuando el doctor lo depojó de su madre y su apreciado cordón umbilical, que defendió hasta el último momento, con patadas y bofetadas dignas del mejor de los boxeadores. El doctor dijo que era normal su "mudez temporal", ya que era parte del crecimiento de los infantes, el aprender a hablar, cosa que sus progenitores no cuestionaron por no tener la adecuada educación. Sus padres, Jacques D'Allezis y Suzanne le Blanc, ambos campesinos de 28 y 26 años respectivamente, al momento de su nacimiento, nunca tuvieron la oportunidad de estudiar gracias a su crítica posición económica, y al alma libre que tenía su padre, monsieur D'Allezis, quién gustaba de darse viajes, de largas caminatas en las que recorría todo lo que a pie se puede recorrer. Conoció Berna en suiza, en donde inició su pregrinar por Los Alpes, desde donde bajó para llegar a Viena, la publicitada Viena, ciudad madre de las artes por esos días; también conoció Praga, Berlín, Eindhoven, Bruselas, Bonn, Colonia y muchos varios pueblos que no pasaré a nombrar por falta de tiempo; El padre, en uno de esus viajes locos, llegó al puerto francés de Dunkerque, y se embarcó como Polizón en un viaje corto hasta Portsmouth, atravesando el canal de la mancha por el paso de Calais. Cuando el barco, llamado Great Victory of the Seas IV, llegó a puerto, uno de los marinos ingleses que hacía guardia e inspeccionaba los barcos que a Portsmouth llegaban, lo encontró, lo de tuvo y lo mandó de regreso a francia inmediatamente, obviamente, después de haber recibido una monumental paliza.

El punto es que Danielle siempre fue una niña abandonada. Sus padres, como ya mencioné, nunca le regalaron el cariño necesario, ni comprensión ni nada de esos tópicos seudo-clichés. Elementos, que si encontró en su primo Givet. El cuál la escuchaba y amaba con su increíblemente puro corazón, libre del bombardeo, de las sucias miradas humanas. Givet sólo se guiaba por las maravillas que disfrutaba su vista día a día; la tranquilidad del Rin, las casa de Strasburgo, los maizales en su máxima altura, que rozaban su frente mientras él intentaba cruzarlos de extremo a extremo, campos de bienaventuranza, los vuelos de las aves bellas, danzando en el cielo, el pequeño albatros, las golondrinas dulces, e incluso, los ambiciosos deseos de los caracoles, que persistentes y tontos, buscan refugio para su lentitud.

Finalmente, la amistad de Givet enamoró a la joven Danielle, la que buscaba, a sus 17 años alguien que la ame, perfección que encontró en su querido árbol, que sentía de igual forma a las mariposas en su vientre, cada vez que jugaba a revolcarse por algún campo de margaritas junto a Danielle. El problema era uno sólo, pensaba él, ¿Existía forma alguna de probarle a Danielle el amor que de su mudez, él profesaba, o intentaba hacerlo? Al parecer no, cada vez que se acercaba a ella, ésta esperaba que declarara su amor de una vez por todas, pero el resultado era otro; alguna caricia, un roce de labios obre su fino cuello, humedeciéndolo poco a poco. Hermosos juegos, encantadores de hecho, pero Danielle añoraba un “te amo”, un simple “te quiero” o algún “deseo estar contigo para siempre. Hecho lamentable, puesto que gracias a los sueños de la joven, siempre existiría una barrera entre Givet y Danielle.

Un día de Agosto, cuando ya el verano estaba en sus últimas, Danielle se encuentra con un vagabundo conocido por esas zonas, un hombre que había nacido de príncipes y nobles, pero que decidió la vida de eterno peregrino, cosa que todo el mundo (me incluyo) confundía con un simple mendigo de capilla. Ambos, se encontraban ese día tirando piedras al Rin, en las afueras de la ciudad, cuando entonces el asceta llamado Felipe, por su gran similitud con un Rey lejano, le dijo: - ¿Qué hace por acá señorita Danielle? ¿No debería estar jugueteando con su novio, el joven Givet?-. A lo que la señorita respondió. - ¿Novio? No lo creo, nuestras diferencias son amplias y duras. Es verdad que sueño su cuerpo en mi lecho, pero no hay palabras entre nosotros. -¡Necia mujer! ¿Por qué te privas del romance por un detalle tan inútil, tan ridículo?¿No sabía usted acaso que los antiguos hombres primitivos no tenían idea alguna de lo que era la comunicación y menos sobre filología, y las ideas varias sobre la lengua, en aquellos días? Y aun así, los hombres bestia tenían amores y juegos seductores, a lo mejor, y en realidad, lo más seguro es que no hayan sido tan tiernos juegos como los vuestros, pero no sea tonta niña, y deja que los gestos hablen.

No hay comentarios: